Lanzamiento del libro
Una mirada a lo cotidiano
Junio 9 2012 8:00 pm
Prólogo
Las fotografías aquí reunidas exploran el nexo entre erotismo y cotidianidad. En el fotógrafo se adivina el interés por retratar realidades que convocan la intensidad del erotismo, pero que, como nota particular, acontecen en el ámbito de los gestos más elementales. Mujeres que eligen la ropa del día y de la noche, que se cuidan el cuerpo, que se sientan ante el televisor, que hacen café, que leen; mujeres que simplemente están ahí y dejan saber de su presencia sin poses extraordinarias y en la frontera de lo insignificante.
El tono erótico procede, por una parte, de la desnudez con que esa presencia se registra; una desnudez parcial, sin juegos con el disimulo ni excesos en la ostentación. Procede, por otro lado, de la atención con que por momentos las modelos se contemplan a sí mismas.
Esta contemplación crea una suerte de enfoque redoblado en virtud del cual el espectador es guiado precisamente hacia lo que ellas contemplan, como en el caso de las uñas pintadas, el baño de los pies o el torso en el espejo. En tercer lugar, habría que considerar la mirada.
Cuando la lente encuentra los ojos de las modelos, se produce una fijeza perturbadora, acaso porque el estatismo de la imagen se concentra y emerge así un foco adicional de atracción. La mirada fija en la lente testimonia que la toma ocurre en sentido inverso:
el fotógrafo —y aquel que lo secunde— es el capturado. Cabe mencionar, finalmente, la soledad. Se trata en definitiva de mujeres solas. Y, aunque no es fácil percibir qué de erótico tenga esa soledad, las fotografías despiertan la inquietud sobre si el erotismo no se puede entender también como un movimiento, por demás imposible, hacia la soledad del otro.
La desnudez, la contemplación, la mirada y la soledad son elementos que pueden calificarse de intensificadores, en cuanto que, a través de ellos, en medida variable, se establece la tensión con el espectador. Sin embargo, junto con dichos elementos aparecen retratadas además otras realidades que dispersan y atenúan la intensidad erótica.
Tal es el caso de los objetos, por lo general numerosos, que ocupan la estancia de las modelos: ropas, libros, artículos de aseo, trastos. Tal es el caso también de los colores: prendas de tonalidades fuertes, unas veces; la atmósfera de luz homogénea, en otras. Hay una foto, por ejemplo, en
que una camiseta verde casi fosforescente aparece al lado de una cortina violeta; hay otra, en cambio, en la que un verde apagado envuelve a la modelo y a su quehacer. En ambos casos los cuerpos tienen un momento de pérdida de protagonismo; ingresan, digamos, en cierta neutralidad. Esta doble dinámica de intensidad y dispersión materializa la relación, más bien de conflicto, entre el erotismo y la cotidianidad.
Cotidiano significa diario. Es decir, la cotidianidad alude a lo que tiene lugar todos los días y en ese sentido supone la regularidad de lo que transcurre rutinariamente.
Se puede creer que el erotismo no está al margen de esta regularidad, que, muy por el contrario, cada tanto hay una cuota de erotismo y que ésta se paga junto con el resto de cuotas que hacen la ruina o la riqueza de la vida diaria. Nada más normal: el erotismo, una ración.
Se conocen, sin embargo, otras maneras de comprender el asunto. En vez de práctica regular, quebranto de la ley; antes que tiempo habitual, irrupción; más que cuota, exceso. El erotismo resultaría, según ello, muy poco cotidiano, se revelaría más bien como el desorden
de toda cotidianidad. Para la fotografía —un oficio que pone a disposición lo que retrata—, registrar este desorden es poco más que difícil. Las imágenes que aquí se reúnen en todo caso no se lo proponen. ¿Qué resulta entonces de la exploración del fotógrafo?
Una inquietante ficción domina el conjunto de estas fotografías: la soledad de las modelos.
La inmersión en los quehaceres triviales y la desnudez accidental que corresponde a esa trivialidad refuerzan el dato fotográfico según el cual se trata de mujeres solas.
Ocasionalmente, este apoyo introduce pathos en la imagen, como ocurre, para citar sólo un ejemplo, en el caso de la modelo que se sienta en la cama ante el televisor. Es en la pretensión de ver esa soledad en donde se hace interesante secundar al fotógrafo.
Pretensión osada, condenada por supuesto al fracaso —pues para ver hay que estar ahí, hay que acompañar—, pero que despoja a la comprensión del erotismo de tanta promesa de unidad —la unión de los cuerpos—. En efecto, ¿no será el deseo del otro más bien
deseo de la soledad del otro? En esta soledad, por definición ajena a la lente, hacen pensar estas fotografías. Esa soledad es también tema en el motivo literario del amante que vela el sueño de la amada. El cuerpo que sueña, en tanto que ausente, es un cuerpo solitario, al menos para quien, desde otra soledad, no deja de velar. El erotismo —su movimiento, su inclinación— es tal vez este acecho. Valga para finalizar el recurso a dos versos que describen su trayectoria:
borracho y taciturno
me inclino sobre tu sueño1
1. Del poema XLV en el libro pág.)]
Signos de José Manuel Arango. [Arango, José Manuel. Signos. (Ed: Cuidad. Año,
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Medellin · Colombia
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